domingo, 24 de abril de 2011

Tonalidades gravitatorias

Es preciso que lo diga al vuelo, mientras ella se me escapa de las manos. La palabras silentes retumban en los recodos de un pensamiento. Oraciones que jamás se enunciarán: esas y no otras son las que captan mi atención en el momento en el que sus pasos le alejan. Cuestiones de física, según la cual uno debe estar lo más lejano posible a aquel cuerpo que le repele.
Nada se ennegrece, porque el oscurecimiento es tan sólo un cliché literario; un recurso de estudiante de primaria que se siente incomprendido por el entorno y cuya única posibilidad de describirlo es recurrir a la grama tonal que mejor identifique la sensación. Nada de negro, porque todo es gris. Y si no se si el gris es otro cliché, me da miedo usarlo y al hacerlo veo que quizás los clichés son la mejor forma de darnos a entender.
Y ella está lejos por cuestiones de esa física que enuncia que todo cae por su propio peso como las manzanas de los árboles. Una manzana que cae en la cabeza de un hombre, le despierta y le revela toda la realidad que buscaba con ahínco para luego encontrar sin querer. Pronto, todo en la vida de ese hombre se tiñe de blanco, que es el color cliché para dar a entender lo hermoso de la situación que comprende ese descubrimiento glorioso. Caída y blancura, con gravedad incluida.
Grises y lejanía en un descubrimiento azaroso y forzado. Ella en un punto y yo en otro, equidistantes. En el mismo lugar, pero sin entremezclarnos como quienes se tocan, porque tocar implica estar demasiado cerca, porque no sería gris, porque sería blanco o negro. Se acaba la escala tonal y hay una caída milagrosa en algo inconcluso. Nada más.

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