viernes, 15 de abril de 2011

Camino a la paz

Lluvia que llega en el momento preciso, cuando el mundo se acelera alrededor y todo sucumbe ante la borrosa idea de un sujeto. Un hombre al volante se enfrenta a un mar caribeño que irrumpe en el ambiente, modificando todas las condiciones propias de un entorno tercermundista. Todo cambia. Todo se oscurece ante el filtro que supone el agua. Todo en espera.
Pero aparece ese espectro. Un ruido estático que intento captar al vuelo. Aparece cuando espero, sumido en la pasividad de la quietud. Acelero y le saco ventaja, pero me persigue y logra atraparme en el camino a un lugar que desconozco. Un conductor y un fantasma acelerado son mi única compañía ahora que el viaje se ha hecho necesario.
Y todo sigue. Todo se mueve. El vómito se acumula. Las paredes me hablan. Silencios y ruidos. Espacios vacíos. Grama. Paja. Alcohol.
Ruidos de un motor me despiertan cuando el aguacero se ha trasformado en llovizna. El espectro se ha ido y ahora todo permanece quieto. Qué placer tan grande es la vida estable. Qué bueno es ver ese edificio que contemplo con la sensación de que todo pasa y de haber encontrado el destino de un viaje inconcluso. Evito preguntarme cómo se puede llegar al final de lo que no ha concluido, pues pronto caigo en las redes de la calma. Un poco de paz y otro tanto de quietud, qué buena receta.

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