Bocanadas de aire y respiración acelerada

Una carrera de obstáculos con objetivos previsibles: tocarte el muslo, besarte la piel del hombro que se escapa a tus tirantes, abrazarte alrededor de la cintura, acariciarte el cuero cabelludo, rozarte el cachete, recorrerte el brazo con los dedos, besarte el cachete, besarte la boca... Todo echado para atrás por tu insistencia en huir de mis muestras de afecto. Quedo reducido al cuerpo que permanece en un rincón de la cama sediento de aquello que se le niega una y otra vez. Quién sabe qué razón o qué justificación te esmeras en ocultarme, negándome el principio lógico del rechazo.

Agazapada en el lado izquierdo de la cama, el que siempre ocupas, te recubres con el cojín que me prohíbe la entrada al territorio oculto de tu entrepierna. Recubres el objeto de las ganas y con ello dejas el deseo vivo quemándome las entrañas. En la mañana me preguntarás el por qué de mis ojeras y no tendré nada que responderte, porque las razones que justifican mi falta de sueño no son traducibles en un lenguaje lo suficientemente elocuente como para soltar mis demonios sin causar un incendio. Le temo al fuego que se gesta en mis adentros. Temo retener la flama por miedo a incendiar el afuera y, a causa de ello, destruir lo poco que queda dentro.

Otro más. Uno que se acostó en la cama equivocada en el momento equivocado con la persona equivocada. Todo se veía venir desde la luz de la lucidez previa, luz negada por los deseos ocultos más allá de la epidermis. No estás racionalizada en el universo de ideas que soy capaz de generar. Eres el objeto irracional al que se dirigen mis deseos para regresar a atacarme ante el reflejo de tu rechazo. Duermes y duerme el cuerpo muerto que no es sino representación: una muestra externa de la podredumbre del adentro. Yaces en el lado izquierdo de la cama, el que siempre ocupas, el cementerio de mis esperanzas.