lunes, 23 de mayo de 2011

Lejana

Sentir que el sueño se cumple para luego verle recobrar su condición de imposible. Verse estancado a medio camino del placer, imaginando cómo pudo haber siro aquello que pudo ser. Lo etéreo recobra su estado, quedando inmerso en la masa indeterminada que comprende el universo de lo posible, sintiéndose limitado sólo por la incapacidad y falta de experiencia propios. Ella se aleja. Se deja caer sobre el cubrecama que traza la frontera al deseo permisible. Ya me es ajena, como me es ajeno el hombre.
Duermo porque queda poco, más allá de la ventana que enmarca el inevitable destino. El suelo se ve apetitoso, más por el desear entregarse a la caída necesaria al universo de la realidad que por el verdadero afán de acabar con todo. La tierra marca el horizonte hacia el que se apunta cuando las nubes se convierten en imposibles. Ella duerme, yo duermo, y alrededor siento una respiración acelerada que no es más que el eco de las palabras que se acumulan, sin ser pronunciadas, en mis adentros. Los reproches resultado del desborde. La gota en un vaso lleno, ese donde drenan los deseos.
Punto y final para una carta cuyo destinatario se ha esfumado antes de que su nombre fuese escrito en el respaldo. Sólo queda el murmullo de un adiós. Y, allí, el marco de una ventana que exige ser vista.

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